Cada año, en el corazón del Barrio de Santiago en San Luis Potosí, se enciende una tradición que combina fe, memoria y comunidad: la instalación de los altares del Viernes de Dolores. Esta práctica, profundamente arraigada en la vida cotidiana del callejón del Buche, constituye una expresión de religiosidad popular que ha resistido al paso del tiempo gracias a la transmisión oral y a la participación activa de sus habitantes.
Estos altares se caracterizan por la presencia de elementos vegetales que cumplen una doble función: decorativa y simbólica. Lejos de ser adornos meramente estéticos, plantas como la manzanilla, el hinojo, las naranjas y los germinados de cebada o chía evocan ideas de fertilidad, resurrección y ofrenda. La germinación de semillas —proceso que requiere sombra, humedad y paciencia— remite a saberes ancestrales de origen agrícola que, como bien apunta Villa Salazar (2021), dialogan con una herencia prehispánica reinterpretada desde la devoción cristiana.
En muchos hogares del callejón del Buche, la preparación de germinados aún es parte de los rituales previos a la Semana Santa. Aunque la chía ha caído en desuso por la dificultad de su cultivo, la cebada sigue siendo frecuente, y en algunos casos se comparte entre vecinos como acto solidario. También destacan las macetas con azucenas —en especial las de color rojo, cultivadas en patios domésticos— que son consideradas por varias familias como las flores “originales” del altar. Su asociación con la pureza de la Virgen y con el tiempo litúrgico de la Cuaresma las convierte en un elemento especialmente significativo.
El agua, dispuesta en vasos o copas de vidrio coloreado, es otro componente esencial de estos altares. Simboliza el llanto de la Virgen María por la pasión de su hijo, pero también puede representar ofrendas, lágrimas o incluso sus joyas espirituales. La preparación de las llamadas “aguas de Dolores”, bebidas aromatizadas con frutas, flores o semillas, no sólo enriquece la atmósfera del altar, sino que se convierte en una forma de hospitalidad ritual que refuerza los lazos comunitarios. Cada una de estas aguas tiene un color y un significado que remite a los siete dolores de María.

Desde hace algunos años, Casa Doña María Pons, como vecina del Barrio de Santiago, también se suma a esta tradición colocando un altar de Dolores en su espacio, reafirmando así su compromiso con la preservación de las expresiones culturales locales. La instalación del altar no sólo representa un acto de fe, sino también un ejercicio de vinculación comunitaria y de reconocimiento del patrimonio inmaterial que forma parte de la identidad barrial.